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Trendelenburg

Alguien me dijo una vez que se puede hacer poesía sin palabras. No le creí. Y me equivoqué, como casi siempre. Desde aquella vez, y mira que hace siglos, lo he comprobado en algunas ocasiones. Pocas. El sábado volvió a suceder. La cosa empezó en el Museo Barjola, en su minúscula, santa y desacralizada capilla de la Trinidad. Allí oficiaban Arturo Moya y Álvaro Muñoz su ‘Umbra-L’, una especie (o una suerte, en cursi) de juego de sombras y reflejos, que tiene mucho de arte y todo de juego. Poesía de la que da la risa. Y yo, lo confieso, soy fácilmente conquistable por la risa. Después siguió en el Antiguo Instituto de la mano, los brazos y las piernas de Bàcum. Más sombras, mucha fuerza y una malla en dos, tres, mil dimensiones que te envuelve, que te atrapa y que te lleva a romperla y a romper con ella todas las telarañas de tu cabeza. De allí al Museo del Ferrocarril. A la paz inquietante de un amanecer con LOD+Xarlene, a su nave postfiesta, esa que te hace constatar que la vida no es otra cosa que una sucesión de naufragios y que, al final, el secreto está en coger los restos de cada uno de ellos y sacarles el mejor partido posible, la mayor belleza, aunque sea fea. Porque lo feo nunca podrá ser guapo, pero si bello. La belleza es otro tema. El tema. Y su búsqueda, supongo, lo que nos diferencia de un perro, de un gato, de un cerdo. Y cuando parecía que ya no había más, llegó Incite. Y se armó la mundial. Y la energía, esa que ni se crea ni se destruye, se transformó en verdad. Y traspasó paredes, cerebros y tripas. Y lo envolvió todo con su fuerza que destruye y construye. Y de nuevo me hizo reir. Y sentir. Y flotar. Y me tragó una ola, y luego un canal, y después una autopista, y finalmente un par de ‘clicks’ (ahora se llaman ‘playmovil’ pero soy muy vintage, tengo una edad y además a lo mejor eran ‘legos’) adorables y enamorados. Ah, y Pedro Martino hacía cócteles, pero yo solo me tomé uno. Eso que conste. Por si acaso. Y a la mañana siguiente volví. Fue en la sala Astragal y fue Violeta Nureyev, gijonesa natural de Rusia y con familia en Krypton, que rebosa talento y voz. Y más risa.

No sé dónde leí el otro día que el mundo se divide entre la gente que se queja de la poca oferta cultural de su ciudad y la que coge y monta un Trendelenburg. Supongo que no es mal resumen. Y el año que viene, más.

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por María de Álvaro

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