Nos subieron los impuestos y la edad de jubilación, mientras el paro iba haciendo lo propio. Ese ya por su cuenta. Nos vendieron preferentes, dejaron de darnos hipotecas, nos quedamos sin aliento. La Unión Europea pedía, España ejecutaba. Sin parar. ¿Cuánto hace de eso? ¿Cuándo empezó todo? No sé, pero hace solo dos días que la señora Europa volvió a llamar a Rajoy y le dijo que esto no había hecho más que empezar. No puedo dejar de imaginar la conversación, de imaginar a Mariano al otro lado del teléfono en modo Gila. Lo siento, el humor negro siempre ha sido mi favorito. “¿Está el enemigo? Que se ponga”. Y vaya si se pone. Vaya si se ha puesto. Lo último, así rápido, se resume en más IVA del bueno para más cosas y menos IVA del otro, del restringido. Más tasas a la gasolina -o al gasóleo, aquí sí hay igualdad de trato- y menos de actualizar las pensiones. Eso además de rematar la reforma laboral, que todavía hay derechos por ahí agazapados. O sea, resumiendo, estamos jodidos, que diría el poeta. De radiantes y también viceversa, nada, eso se lo dejamos a Benedetti.
Y todo, mal que peor, lo vamos aguantando. ¿Todo? No, todo no, porque igual que aquel que gritaba que podrán quitarnos la vida pero jamás nos quitarán la libertad, ha llegado el momento de decirles algo, señores políticos: Podrán pisarnos, podrán exprimirnos hasta la última gota, podrán confundirnos con un limón, pero no les vamos a consentir que se tomen el gintonic a nuestra salud y mucho, muchísimo menos, que lo hagan en la Junta General del Principado a dos euros. Ni en el Congreso por poco más. Hasta aquí hemos llegado.
Claro que también dejó dicho el pobre Neruda eso de “Podrán cortar todas las flores pero no podrán detener la primavera” y aquí estamos. Sin primavera, sin gintonic y con deudas, muchas deudas, sobre todo deuda pública.