De todas las palabras y hasta de todos los silencios de Rajoy, hay unas que preocupan más que el resto. Más que el ‘Luis, se fuerte’, más que el ‘resiste’, más que el ‘hacemos lo que podemos’. Una frase que desintegra cualquier pantalla de plasma inmóvil que se le ponga delante. Una frase que es un espejo del quienes somos y, sobre todo, de dónde estamos, de en que se ha convertido todo este lodazal en el que unos se revuelcan a gusto mientras el resto mira, a veces atónito, otras cabreado y en ocasiones hasta con la risa floja, esa que suele salir de la desesperación. O del ‘de perdidos, al río’ de toda la vida. La frase es un retrato psicológico del personaje. Tres palabras que dicen más de quien las pronuncia (o teclea en un sms) que el mismísimo Goya de la familia de Carlos IV con ese cuadro sonrojante para la pérfida Maria Luisa que sigue colgado en el Prado. Como consolándonos. Porque, tirando otra vez de refranero, podemos decir eso de ‘nunca llovió que no escampara’.

De todas las palabras y hasta de todos los silencios de Rajoy, su ‘La vida es resistir’ es como una patada en el estómago de quienes se levantan cada mañana para ir a currar y, muy especialmente, de quienes se levantan cada mañana para seguir sin curro. Porque sí, la vida para muchos es resistir, pero eso solo vale como filosofía para la guerra. Pregunten a Napoleón. Vale para esas excepciones en las que, como en el amor, vale todo, o casi todo, siempre que no se dispare contra mujeres y niños. Que para un presidente del gobierno la vida sea resistir es la señal inequívoca de lo equivocados que estamos. De los valores que hacen falta para progresar, especialmente en un partido político. De que el triunfo de los que se callan y miran para otro lado está tan asegurado como el fracaso de quienes a donde miran es a los problemas. De frente.

La vida, Mariano querido, no es resistir, la vida, y muy especialmente la de un presidente del gobierno, es actuar. O marchar para casa. Cada uno para la suya.