Si hubiera habido telón, se habría abierto y aparecido Orfirio Rubirosa (trasunto de Porfirio Rubirosa y Kike Suárez, voz de Los Guajes) con su bata de playboy trasnochado y sus zapatillas roídas sobre un butacón que un día fue de puro lujo. Y lo hubiese hecho rodeado del resto de ‘guajes’: Kiko Rimada (guitarra), Pablo Rivero (bajo) y Pelayo Pastor (libretista de ocasión además de batería), todos de riguroso esmoquin blanco, como dicta la tradición, la suya propia y la de los grupos ‘como-dios-manda’. Pero no había telón. Así que todo empezó más estilo ‘guajes’, más de andar por casa, más, «aquí estamos y os vais a reir». Cumplieron. Sobradamente y con un show que anunciaban en los carteles como una «zarzuela beat cómico-lírica en su solo acto». ¿Y eso qué es? Por resumir: un concierto de Los Guajes, con lo mejor de Los Guajes, que es mucho, y el sello de Los Guajes, ese que da el confesarse deudores de los clásicos y acto seguido citar como tales a «Aristóteles, Horacio, Raphael y Manolo Escobar».
Es todo eso, pero, sobre todo, es una fiesta, encadenada por las intervenciones de Prudencia (María Teresa Vilchés), la asistenta encofiada del desgraciado ‘Orfirín’, su señorito en horas bajas, otrora «un dandy, una joya». La culpa, como es natural, de las mujeres, muy especialmente de la suya propia, hoy ex: Mariluz, «una lagarta» dada a cortarle el rollo (‘Tú siempres dices no’) que le recriminaba sus juergas (‘El twist del Bar Somió’, ‘Cazasuecas’, ‘Soltero’…), pero a la que, ay, terminó por echar de menos (‘Quiero volver con mi mujer’). Y eso que a Rubirosa poco le importa nada a estas alturas, tal y como dejó claro nada más empezar, porque la cosa, telones al margen, se arrancó con su ‘Ya todo me da igual’. A modo de declaración de intenciones.
Desde ahí y hasta el final, con ritmo creciente, con todo su oficio (capacidad de improvisación incluida) y con la personalísima, arrolladora y hasta espasmódica voz de Kike/Orfirio, que incluso una lámpara tiró de un manotazo, Los Guajes fueron sacando a pasear cada uno de sus éxitos, coreados, claro está, por el respetable. Con la terraza del Botánico, dicho quede, a rebosar. Aforo completo. 500 personas.
‘Siempre que tú quieras’ fue la despedida con promesa de volver como el turrón, «en Navidad», y, ya metidos en lo teatral, con «algo parecido a un auto sacramental». Porque además de sonar bien y además de sonar diferente, además de tener voz propia en un mundo en que cada vez van quedando menos originalidades, hay que agradecerles a Los Guajes su obsesión por no dar un concierto igual a otro. El del Botánico de anteanoche fue un concierto, sí, pero también un espectáculo total. Como son estos ‘guajes’, con ese sentido que manejan mejor que los cinco de rigor y hasta que el común: el del humor. Sin más ni menos pretensión que su propio talento y sus ganas de pasarlo bien. Porque ellos siempre quieren.