Camino a Santiago (y ya si eso llamamos un taxi) Capítulo V
Como dicen que se olvida el dolor de un parto, como jamás se recuerda el mal olor de Venecia, así se van quedando las fatigas por el camino, enterradas entre castaños y robles, entre filas de acebos rojos y maizales y, venga, vale, entre alguna carretera nacional y hasta un par de autopistas.
Cuentan quienes saben de esto, los que llevan varios caminos a sus espaldas y en sus pies, que cuando estás llegando, cuando falta poco para el Monte do Gozo hay algo que tira de ti. Hoy lo he notado, y me fastidia reconocerlo, porque me molesta que pueda parecer que se me ha ido la mano con la mística o, lo que es peor, que padezco ese síndrome que afecta a los cutre-concursantes de Gran Hermano, esos que dicen que ‘dentro’ todo se magnifica. Pero lo he notado. Y más que tirar de mí, esa fuerza me empuja. Y hace que las piernas hayan dejado de pesarme como pegoyos de un hórreo. Lo hace hasta el punto de que hoy, a pocos kilómetros ya del Obradoiro, he pensado hasta en dar la vuelta y empezar de nuevo en Roncesvalles. Supongo que sí, que el cansancio va haciendo mella en algo más que en los músculos, pero no es solo eso.
Se camina como se es. Y unos, testarudos, se crecen, nos crecemos, con las cuestas arriba.Y otros, amigos de las medias tintas, prefieren llanear. Y hay incautos que hasta se mueren por ir hacia abajo, con lo que se resienten las rodillas y lo que no son las rodillas. La cosa es que el camino primero te quita y luego empieza a devolverte, y lo hace antes, mucho antes, de llegar a Santiago.
Le pasa al camino, a este camino, lo que al amor, que resulta que es verdad eso de que el cielo en un infierno cabe. Por más que esta mañana un peregrino muy sevillano, cuando pusimos un pie allá donde el camino francés se junta con el de Alfonso II el Casto, me haya dicho: “Niña, yo es que tengo tres corazones, el del pecho y uno en cada ‘deo’ gordo del pie”. De lo que palpitan las ampollas. Pero llegados a este punto las ampollas ya no importan. Como no importa que duela parir o el mal olor de Venecia. Que quien lo probó, lo sabe.
¡Buen camino! El que cada uno lleve. Así camine quedándose quieto.