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La vuelta al gimnasio

“La distancia entre el querer y el poder se acorta con el entrenamiento”. Leo la frasecita en cuerpo 1.500 (o más) ocupando el zócalo completo de una pared mientras voy dejando un poco de mi vida sobre una cinta de correr, ese absurdo invento humano que te obliga a caminar sin llegar a ninguna parte. Y sabiéndolo, porque sin saberlo eso lo has hecho un millón de veces. He vuelto al gimnasio. Sí. Natural. Es septiembre y en septiembre los humanos que vivimos en estas coordenadas del planeta volvemos al gimnasio. Y es esta vuelta lo más parecido a la vuelta al cole, con esa mezcla de ansia, emoción, miedo y asco (sin necesidad de pisar Las Vegas) que daban el uniforme (quien lo llevase) y los libros y las libretas y los lápices nuevos todavía sin mordisquear.

Tiene volver al gimnasio mucho de fin de verano adolescente, mucho de promesa (que como todo el mundo sabe son, por lo general, falsas). Por eso me resulta extraño que cada septiembre vuelva el mismo rito: las mismas ganas de subirte a esa cinta infernal; de levantar esas pesas crueles; de comprobar cómo ese tipo que tienes al lado está desafiando la gravedad y empujando con un brazo el peso para el que tú necesitarías llamar a tu familia entera y, aún así, es posible que no fuérais capaces; de ver cómo hasta esa señora que podría ser tu madre machaca la máquina de al lado a una velocidad que a ti te parece por encima de la de la luz.

Tiene volver al gimnasio, en fin, mucho de volver a empezar, que, llegados a este punto, ya se sabe que viene a ser lo mismo que seguir caminando, porque la vida otra cosa no tendrá, pero solución de continuidad, la que quieras. Y en ello estamos. Como siempre pero mejor que nunca. Como siempre también. A ver.

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por María de Álvaro

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