Por razones que no vienen al caso y gracias a la infinita hospitalidad de un asturiano de Infiesto asistí una vez a una sesión del Parlamento de Guatemala. La cosa prometía histórica. Se votaba aquella mañana la conocida como ley anticorrupción, una norma llena de cuestiones lógicas y hasta obviedades de cajón de madera de pino, de esas que cuando la lees te preguntas: “¿Ah, pero esto no era ya así?”. Y empezó el debate. Podría hacer un resumen de las ponencias, pero estaríamos perdiendo el tiempo, porque básicamente allí no se dijo nada sobre la ley de marras. Se dieron vueltas a unos y otros argumentos, casi todos burocráticos, y, al final, después de unas cuantas horas y de no sé cuantos recesos, se llegó a la conclusión de que no se podía votar. Ok. El día anterior había estado en la consulta de un oftalmólogo con un niño con más que serios problemas en la vista y el médico me había dicho que le podía poner las gafas que quisiera, pero que su problema no estaba en los ojos sino en la malnutrición. Recuerdo la sensación de incendio en todas las vísceras del cuerpo al mismo tiempo. Y el cabreo de pensar que aquella gente, aquellos diputados trajeados, vivían en un planeta distinto al de Juan Carlos, que así se llamaba y se llama el niño, y al de tantos otros niños y adultos de un país en el que, sí, hay hambre y hasta muertes por hambre.
Las comparaciones, lo sé, son odiosas y en ocasiones, también lo sé, tirando a demagógicas, así que no, no voy a comparar, pero no he podido evitar acordarme de aquella mañana en el Parlamento de Guatemala al comprobar como en otro Parlamento, este en la calle Fruela de Oviedo, los señores diputados llevan seis meses, seis, enfrascados en un monotema: sus sueldos. Y vale, bien, el resultado es que se los han bajado, que van a dejar de cobrar dietas los 365 días del año y que van a tener que declarar los ingresos por desplazamiento, que, por cierto, seguirán cobrando. Y lees eso y te preguntas: “¿Ah, pero esto no era ya así?”. Y luego lees que con tanto debate parlamentario y tanto trabajo a lo largo de seis meses nos vamos a ahorrar 46.810 euros en lo que queda de año, 46.810 euros que a juzgar por las horas de hemiciclo, despachos y pasillos consumidas son los 46.810 euros más caros de la historia y, sin duda, el mayor problema de los asturianos. Y vuelves a preguntarte si no habitaremos distintos planetas.