Dicen quienes a partir de huesos milenarios nos cuentan cómo empezó todo este lío que el hombre es hombre desde que entierra a sus muertos. Hay un punto en la evolución, entre el mono y usted mismo, en el que tomamos conciencia de nuestra humanidad. De eso hace como medio millón de años. Y fue de aquella cuando empezamos a buscar los porqués de la vida y de la muerte, que vienen a ser lo mismo aunque parezcan lo contrario.
La muerte, cuando toca de cerca, siempre arrasa lo que pilla por delante, pero muchas, muchísimas culturas, la celebran. Sin necesidad de irnos a ninguna tribu del Amazonas ni pensar en ningún rito azteca, seguro que están cansandos de ver esos velatorios de las películas en los que se come, se bebe y hasta se liga. Vale. Los anglosajones también son así. Por eso no resulta extraño ver cómo el recuerdo y el ejemplo de un muerto puede llenar un estadio de fútbol. Por eso aunque a quienes hemos crecido en la cultura del luto pueda chocarnos, no hay nada extraño en despedir a alguien con una fiesta. De hecho a mí me parece cada vez mejor idea. Si tuviera herederos, se lo comentaría inmediatamente.
Lo que ya resulta pelín inquietante es que los hombres que dominan el mundo se dediquen a hacerse fotos a sí mismos, eso que ahora parece que se llaman ‘selfies’, partiéndose de risa durante las exequias. Inquieta también darse cuenta de que para el hombre que gobierna España lo mejor del asunto radique en que el llamémosle ‘tanatorio’ en cuestión es el lugar en el que la Roja ganó el Mundial.
El hombre es hombre desde que entierra a sus muertos. Y puede que empiece a dejar de serlo cuando comienza a perderles el respeto. A mí las fotos del funeral de Mandela me dan mucha pena. Y bastante miedo.