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Lecciones de autobús

Un relato incluido en el libro ’25 de diciembre’, editado por Miguel Mingotes a beneficio de Cáritas.

Jesús, Jesús Pérez Iglesias para ser exactos, fue el encargado de soltar la bomba. El solito consiguió escandalizar a todos los pasajeros hacinados en el autobús con un bocata de nocilla entre manos. Fue Jesús Pérez Iglesias quien explicó tan pormenorizadamente como pudo y supo las circunstancias que tenían que darse para que una nueva vida llegase al mundo. Y aquello nada tenía que ver con abejitas, ni con polinizaciones, ni mucho menos con París. Así despidió Jesús Pérez Iglesias el curso de segundo de EGB, más o menos a la altura de la Puerta de la Villa. Lo hizo para escándalo del pasaje y para desgracia de los padres del pasaje, que no tuvieron otra que confirmar tamaña noticia. Y eso que lo último que oyó Jesús Pérez Iglesias antes de ir para su casa fue un furibundo “¡Eres un cerdooooo: mis padres no hicieron eso jamás en su vidaaaaaaaa!”. Sí. Vale. Nadie, a excepción del conductor, huelga decirlo, había cumplido los 8 años.

El arranque de tercero fue mucho peor. Jesús Pérez Iglesias volvió al cole crecido y convertido ya en fuente solvente, en inspirador de sabiduría adulta. Si lo decía Jesús Pérez Iglesias, el pequeño de cinco hermanos que, menos en latín, eran expertos en casi todo, era verdad. Entonces espetó la verdadera bomba, la de neutrones, la atómica, la nuclear: “¡Los Reyes son los padres!”. Lo que faltaba. “Calla, idiotaaaaaa, eso sí que es imposibleeeeee”. Y otra vez aquel pasaje completo de vuelta a casa corriendo. Y otra vez las caras rojas de ira e incredulidad. Y otra vez a interrogar a los acusados. Y otra confirmación terrible, porque “a los niños no hay que mentirles”. Venga ya.

María, María García Quintana para ser exactos, no recibió las primeras grandes lecciones de la vida en el colegio sino en un autobús. Allí descubrió entre parada y parada las dos evidencias que marcan a una persona para siempre: de dónde venimos -en el sentido más literal de la expresión, o sea hablamos de sexo, no de filosofía- y no quiénes somos, que eso podemos morir sin saberlo, sino quiénes son los Reyes Magos. María ha asumido la primera con normalidad. La segunda no. Treinta años después ha decidido buscar a Jesús Pérez Iglesias por Gijón para decirle, seguramente gritarle, que mintió. Los Reyes Magos existen, aunque a veces no traigan lo que uno ha pedido. ¿Qué por qué lo sabe? Porque hay certezas, pocas, que se tienen. Porque ha visto su mano detrás de algún que otro revés que, sin ser carbón, lo parecía, pero, sobre todo, detrás de los mejores regalos inesperados. Claro que esa ya es otra historia. Y no precisamente de niños.

PD. Este relato está basado en hechos y localizaciones reales. Las identidades, más por temor a una querella que por respeto a los protagonistas, son ficticias.

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por María de Álvaro

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