El día en que murió Kurt Cobain yo estaba en clase. Supongo. He hecho unos cálculos rápidos y es lo que me sale ahora que todo el mundo sabe dónde respiraba aquel 5 de abril de hace ni me atrevo a escribir cuántos años. Claro que teniendo en cuenta lo primaveral de la fecha es más probable que me pillase pirando. No importa. Ni siquiera a mí misma. Sí recuerdo las promesas que se nos hacían entonces a los que empezamos siendo los niños del ‘baby boom’ y terminamos por conformarnos con eso de la ‘generación x’. Imagino que porque a nadie se le ocurrió nada mejor. Éramos, somos, los nietos de los tiempos jodidos y los hijos de los del esfuerzo, y tal vez por eso no nos dio por protestar. Nos dijeron que estudiáramos, y lo hicimos. Y nos dijeron que vivíamos genial, y nos lo creímos.
Han pasado 20 años. 20, ya lo he escrito. Y los que pirábamos clase, escuchábamos en los cascos el ‘Nevermind’ y olíamos a ‘teen spirit’ tenemos ya 40 primaveras, con sus inviernos, sus otoños y, claro está, con sus veranos -algunos más calurosos que otros-, pero nos está costando desprendernos de la adolescencia. Y no hablo de acné; ni siquiera de sueños. Hablo de que seguimos siendo más hijos y nietos que padres, no ya de nadie, sino de nada. Algunos dirán que porque no queremos. Otros que porque no nos dejan. Yo no digo nada, pero constanto a modo de ejemplo y en un cálculo rápido nada científico pero sí empírico que el 70% de los políticos, puede que el 90% en el caso de Asturias, que ocupaban cargos el día en que murió Kurt Cobain siguen hoy en el mismo sitio. O parecido.