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De hogueras y lapidaciones públicas

Erase una vez un ayuntamiento que suspendió un concierto de un cantante por lanzar exabruptos contra el país en el que se ubicaba aquel ayuntamiento. El cantante los lanzó un día cualquiera en una entrevista, no durante el concierto. La suspensión fue, por tanto, preventiva, como muchas guerras y algunos castigos. El ayuntamiento, claro, fue tachado de fascista y también de confundir churras con merinas, porque a ver qué tiene que ver el arte con las opiniones del artista, porque a ver dónde se quedó la libertad de expresión. Con razón.

Ayer, solo unos meses después de aquello, algunos de los que llamaban fascista al ayuntamiento que suspendió aquel concierto, pretendieron hacer lo mismo con otra actuación, pero esta vez de facto. En este caso se trataba de un ballet y lo que hicieron fue colocarse a las puertas de un teatro municipal y tratar de impedir la entrada del público. El ‘piquete’, huelga decirlo, era un poco más que ‘informativo’. Y el delito del ballet no es en este caso haber lanzado ningún exabrupto, el delito es su nacionalidad. Son israelíes. Oh, sí, lapidémosles, prohibámosles la entrada a nuestro país, que nosotros somos mogollón de demócratas y nos parece una vergüenza lo que está ocurriendo en Gaza. Y un horror y un crimen. Pues sí, pues claro que nos lo parece, pero los bailarines de Sheketak tienen tanto que ver en los bombardeos como usted y yo en la subida del IVA o en el rescate a los bancos. Seguramente menos.

La suspensión del concierto de Albert Pla me pareció en su momento peligrosa por lo perniciosas que siempre me han parecido las hogueras y las lapidaciones públicas. Esto más. Mucho más. Resulta que los comportamientos totalitarios no son patrimonio de nadie. Meca.

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por María de Álvaro

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