En EL COMERCIO hay un silencio extraño y espeso. No se oye el murmullo habitual, ni una voz más alta que otra, ni un cagamento. Nos hemos quedado mudos. Cari nos ha dejado sin palabras. Porque Joaquín Bilbao casi nunca era Joaquín y era Bilbao o Bilbo solo a veces. Él aquí era, es, el Cari. Se bautizó a sí mismo de pura insistencia, de tanto llamarnos a todos por el diminutivo de ‘cariño’. Con él remataba cada frase y cada foto, con él llegaba cada día al periódico como un torbellino, siempre corriendo, siempre desde los lugares más insospechados, siempre con un aluvión de imágenes.
Cari era más que un fotógrafo, más que un fotoperiodista, Cari era una ‘fotoametralladora’ capaz de duplicarse y triplicarse, de elevarse a la enésima potencia. De estar en Mareo, Begoña y Fomento a la vez. De chiscar 14 ruedas de prensa seguidas y emocionarse inmediatamente después con el reportaje de algún guaje, y guardarle y enviarle al día siguiente las fotos a su abuela. De ponerse una bufanda del Sporting encima del peto de prensa, de saltar con un gol del Juanfersa en pleno partido, de subirse a una moto y dar una Vuelta a Asturias que parecía al mismísimo mundo.
Con él hemos andado caleyas y volado por autopistas. Hemos corrido en manifestaciones, compartido horas de espera. Hemos subido a Primera, bajado a Segunda. Hemos pasado el día de Navidad en un incendio y muchas noches de verano sin dormir. Y allí donde estuvieras, por extraño que resultase el sitio, siempre oías un «¡Coño, Bilbao!» que abría todas las puertas. Y allí donde estuvieras te acababas partiendo de la risa. Porque nos hemos reído. Nos hemos reído tanto…
Respondía a cada encargo siempre, invariablemente, con un «¡Imposible, Cari!», para poco después hacerlo posible. Cari amaba su trabajo sobre todas las cosas. Le gustaba todo, especialmente si había un balón o una descarga de adrenalina por medio. Todo con una excepción: las fotos verticales. Las carcajadas aquel día que le pedimos una foto del Orfeón Donostiarra vertical a una columna, «y que se vean todos los cantantes», resuena todavía entre las paredes de la Redacción. Y fue él quien más se rió, justo después de atronarnos con su «¡Imposible, Cari!».
Llevaba en sus venas inoculado el veneno de estar dónde suceden las noticias para contarlas. Y eso es sobre todo el periodismo. Y eso era Cari, que ayer nos dejó mudos porque lo que verdaderamente resulta imposible ahora es asumir que tenemos que hacer el periódico de hoy sin él.