Como todo el mundo sabe, un bolso dice mucho más de una mujer que su DNI, especialmente si la ocasión es, valga la redundancia, especial, y la mujer en cuestión no pilló el primero que tenía a mano para salir corriendo, cosa que suele suceder entre 362 y 363 días al año. Ocasiones especiales hay muchas, puede que más que bolsos, que una siempre tiene uno negro que le vale para casi cualquier cosa. Están las ceremonias tradicionales: bautizos, comuniones y bodas, por usar el orden cronológico más habitual; están las nuevas asimilaciones de culturas bárbaras: graduaciones, afterwork partys y hasta Acción de Gracias si me apuras, y finalmente están las de novísimo cuño, íntimamente ligadas a comparecencias varias y/o entradas y/o salidas en el juzgado y/o la cárcel, muy de moda para esta temporada otoño/invierno. Porque, queridas amigas, ¿puede una llevar cualquier cosa para sentarse en el banquillo? Rotundamente, no. Si el juez viste toga y puñetas en las mangas, no es cuestión de presentarse de cualquier manera. Como no se va en chándal a una boda y ni con pamela al gimnasio.
El problema es que hay escasísima jurisprudencia sobre el asunto y prácticamente ninguna literatura ni bibliografías que consultar. Las revistas femeninas y blogueras de moda varias tienen este asunto olvidado, así que han generado un terrible vacío -legal o ilegal- y luego pasa lo que pasa. Que una tiene que comparecer y, como no sabe que ponerse, le pilla el bolso de Cruella de Vile a la nieta y se presenta en sede parlamentaria (que no es un juzgado, pero nos vale como paso previo) con sonrisa inquietante y sin los dálmatas, pero haciendo el ridículo. O se cuelga del brazo a modo de mensaje un “Good girl” (buena chica, por si alguien no entiende el ‘lenguaje mineru’, si se me permite parafrasear al expresidente del Montepío, monsieur Postigo) y considera que con eso vale y ya no hace falta responder a las preguntas de los diputados, porque ya está todo dicho. Y eso es todavía peor.
Un bolso dice mucho de una mujer y a veces, como los que llevaban ayer a las puertas del Parlamento asturiano colgados del brazo la mujer y la hija de Josiangel Fernández Villa, muy poco. Aunque lo verdaderamente grave es que lo del bolso es lo de menos.