La primera vez que los niños de mi generación vimos la tele por la mañana era 23 de febrero y unos señores con bigote y tricornio entraban en el Congreso. O ese es al menos mi primer recuerdo. Ese y que a nosotros los tiros nos importaban más bien poco. Teníamos otras ocupaciones. Porque entre toma y toma de aquellos y de otros señores de corbata que, muy serios, contaban algo de un golpe de no sabíamos qué, nosotros veíamos nuestra primera peli larga de dibujos. Nosotros, sin cole y, por lo tanto, de fiesta, mirábamos absortos ‘Moby Dyck’. Era, claro, 1981, y la emoción que nos provocaron el capitán Ahab y la ballena de Meville que programó Televisión Española aquella mañana se ha repetido más veces delante de una pantalla, pero puede que no con tanta intensidad.
Poco después de aquello llegó Jesús Hermida. La tele por las mañanas seguía siendo un acontecimiento que mi madre nos dejaba presenciar sólo si lo desayunábamos todo y sin peleas. Y sólo si nos levantábamos rápido y sin rechistar. Hermida era ese señor que nos contaba cosas que entendíamos aunque hablase de cosas que no entendíamos. Porque cuando Hermida nos hablaba desde la tele era como si nos estuviera hablando el vecino del quinto en el ascensor. “Tú ponte ahí, mira a la cámara e imagínate que estás con tu madre”, cuenta Irma Soriano que le dijo su primera vez. Así fue como Jesús Hermida se inventó la forma de hacer televisión por las mañanas en España, o como la importó de Estados Unidos, vale, pero eso ya es lo de menos. Luego llegaron ‘Martes y Trece’ y los movimientos de flequillo y algunas cosas quizá un poco pasadas de tono, pero para los niños de mi generación, Jesús Hermida siempre será aquel señor con el que desayunábamos un colacao con galletas. Y le echaremos de menos. Como echamos de menos a aquel niño.