El derecho al pataleo de toda la vida ha perdido la batalla contra Mister Wonderful. El buenrollismo es el ‘nuevo black’, el mantra reinante. Ahora si no eres buenrollista no eres nadie, lo que no sería demasiado problema si no fuera porque hay que ser buenrollista siempre. En cualquier circunstancia, en el tanatorio y en una fiesta de prao. El palabro ya es bastante feo de por sí, y a mí siempre me lleva mentalmente al papel higiénico, pero eso es lo de menos. La sonrisa y especialmente la risa tienen incontables capacidades terapéuticas. Vale. Pero también el llanto y la tristeza. El hombre se hizo hombre el día que empezó a enterrar a sus muertos. El día que inventó el duelo. Y parece que eso se nos ha olvidado. Ahora si te quedas en el paro tienes que saltar de alegría porque se te abren un sinfín de oportunidades de autoempleo. Si te detectan un cáncer de mama, te dicen que te vistas de rosa, que te calces un pañuelo, que eches unas carreras y que aproveches para que los implantes sean un poco más grandes y estrenar tetas nuevas, eso y que lo más importante es mantener el buen humor, como si la quimio o la radio fueran placebos. Si te rompen el corazón no pasa tampoco nada porque seguro que fue sin querer (ah, las paradojas) y ahora te sobrará tiempo para ti mismo que eres quien más y mejor te comprende del mundo y encima vales un potosí. Si tienes hijos y te vuelven loco, no pasa nada porque los niños son una bendición. Si no los tienes, tampoco hay problema porque eso que ganas en tranquilidad. Si alguien te ha estafado, sea un banco, el carnicero o algún examigo, no pidas cuentas, sonríe, que en su pecado llevará su penitencia, y tú, a otra cosa.
Tienes que hacer todo eso, y llenar tu muro de Facebook o tu Twitter de frasecitas positivas, incluidas las de Paulo Coelho, y comprarte una taza de desayuno que diga que ‘hoy es un día maravilloso’ o que ‘siempre nos quedará París’. Tienes que fingir que hace sol aunque diluvie. Tienes que… Pues tienes que decir que no, que ya está bien. Que un buen cagamento en determinadas circunstancias es un derecho humano. Que se vale llorar. Y protestar. Estar triste y estar hasta más arriba del moño. Reivindico el derecho a tener un mal día, una mala racha y hasta un mal año. Y reivindico sobre todo el derecho a decirlo sin que te miren con cara de entomólogo descubriendo una extraña especie de coleóptero. Hay que ser optimista, claro que sí, pero no gilipollas.