Vuelvo al Camino después de dos años, puede que de una vida entera. Las botas son las mismas; yo, no. O eso me parece. La peripecia arranca esta vez en un autobús, y cualquiera que haya cruzado Asturias en un autobús de paradas sabe que eso y un par de vueltas por Ikea bien podría convalidarse y servir para recibir la Compostela. Esta vez tomo el Camino del Norte, la primera vez fue el francés. Y empiezo desde Unquera (casi tres horas desde Gijón, no voy a hacer más comentarios) cruzando Tina Mayor. O sea, empiezo donde comienza Asturias. La idea es, de momento, llegar a la ría del Eo. Cuando esto termine podré decir que, literalmente, me he pateado el paraíso de Oriente a Occidente, Este a Oeste. Como el sol.
La cosa comienza prometedora, con un Unquera-Llanes. Y como a cualquier asturiano el nombre de la etapa me sugiere un atasco. Pero si alguien pensaba que aquellas tardes/noches detrás de uno o varios camiones eran duras, es que no ha hecho el trayecto andando por la costa. Pero yo todavía no lo sé y voy feliz cruzando Colombres en busca de Madame Bovary, que es lo que me apetece siempre que paso por este pueblo de cuento lleno de palacios y casas de indianos. Es justo cuando lo dejo cuando me doy cuenta de qué hago y dónde estoy. Y no gracias a mí, ni a mi perspicacia. Es una austriaca la que me pone en mi sitio con una sonrisa gigante y las palabras mágicas: “Buen camino”.
Al principio “buen camino” significa poco más que “buen viaje”. Pero hoy es el cuarto día, he pasado por Llanes, por Colunga, por Villaviciosa y hago parada en Gijón. Después del arenal de Morís, de la subida a Sebrayo, de la cruz de Peón (que se llama así por algo) tengo claro que “buen camino” es otra cosa. Puede sonar entre místico y hortera, igual hasta pretencioso, si se lee en casa o en la oficina, lo sé, pero en medio del camino “buen camino” es “sé lo que estás pasando, lo que estás sufriendo, lo que estás disfrutando, lo que estás dando, lo que estás recibiendo. Y espero que te vaya bien y que puedas seguir tu camino”. Nada más que eso. Y nada menos. Y garantizo que infunde energía. Lo mismo que un plátano o un ‘aquarius’ aunque de otra manera. Saliendo de Ribadesella, en la minúscula capilla de El Santín, puede leerse: “Yo tuve lo que gasté, pero tengo lo que di”. Meto la frase en la mochila y sigo camino. Esa es justo la próxima parada: seguir.