Mis rodillas tienen nombre. Las he bautizado. Después de ocho días de Camino ininterrumpido resulta imposible no hacerlo. Sin contar más intimidades de la cuenta, he decidido que, al contrario que los ángeles, las rodillas sí tienen sexo. Las mías al menos. La izquierda es hombre y lleva haciéndose notar desde el primer día. Quejándose, dando la lata. La derecha es chica. No se protege con rodillera porque solo hay una, se come todo el peso en momentos de conflicto, se somete a los escalones. Y resiste. Sin protestar y sin hacérselas de heroína. Ella camina y listo, porque eso es lo que se espera de una rodilla. Supongo que si yo fuera un hombre habría llegado a la conclusión contraria, pero, qué le vamos a hacer, me llamo María y camino entre 20 y 40 kilómetros diarios, dependiendo de la etapa, asi que creo que me merezco llegar a mis propias conclusiones. Por peregrinas que sean o puedan llegar a ser.
La cosa es que a pesar de todo hoy le tengo más aprecio a mis rodillas, a las dos, que hace ocho días. Porque las siento más mías. Porque puede que eso sea un poco hacer el Camino: vivir con uno mismo, como desde el día que naces hasta el que te mueres, pero aquí de una manera más cercana, o más estrecha por ser más precisa, en ocasiones estrechísima. Convivir con tus rodillas, con tus pies, con tu culo, con tu cabeza, con tu corazón. Y asumir que a cada paso alguno de ellos va a protestar y te va a hacer ver lo maltrecho de su estado, pero a cada paso también te van a demostrar que están listos para dar el siguiente. Listos y felices de hacerlo, además. Porque para eso han venido.
No creo que sea este lugar para encontrarse a uno mismo si no se ha encontrado ya en su propia casa; ni siquiera para encontrarse con Dios, si no se lo ha traído puesto de una u otra manera. Este es más un lugar para escuchar, por ejemplo, al dedo pequeño del pie izquierdo; y hacerle caso, porque es importante. El dedo pequeño de pie izquierdo más importante del mundo, de hecho. Tal vez por eso cuando comes un bocadillo de filete (¿alguien sabe quién creó el famoso pepito? ¿para cuándo la canonización del inventor?) sientes como las proteínas se van repartiendo perfectamente ordenadas por todo el cuerpo o cuando bebes agua notas cómo te hidratas igual que si fueras una esponja de mar en un pedrero, hasta el dedo pequeño del pie izquierdo lo nota. Porque estás tan contigo como todos los días, pero te haces muchísimo más caso. No hay otro remedio. Y eso, aunque sea de vez en cuando, resulta imprescindible. Como regalar unas flores a alguien a quien quieres. O que te las regalen.