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Breve historia de un limonero

Era apenas un palo, pero era un árbol, su primer árbol. Un palo con dos hojas diminutas que se comprometía a hacerse limonero. O eso decía la etiqueta. Lo plantaron con su manos, seis manos. Hablaron con él, se pegaron un poco por ver quién le ponía la primera palada de tierra. Lo regaron. Lo regaron que casi lo ahogaron. Pero sobrevivió. Y hasta le pusieron un nombre.

 

Ha pasado un año. Y el árbol ha cumplido su promesa. Es un limonero. Es más alto que ellos, cosa que tampoco se puede catalogar como logro. De momento. Y tiene limones: cuatro. Redondos y con pinta de comportarse en breve con total solvencia, por ejemplo, en un gintonic. O en un bizcocho. De las seis manos que lo plantaron, solo quedan dos. Las otras cuatro han tenido que verlo en fotos, porque están algo lejos en estos momentos. Pero será su árbol para siempre. Como las perdices en los cuentos.

 

Será para siempre nuestro árbol. Yo me ocuparé de regarlo y de contarle. Y, quién sabe, a lo mejor mis cuatro manos compañeras puedan echarme una algún día. Aunque no sea hoy ni mañana. La vida es larga. Y nuestro árbol, fuerte. Muy fuerte. Nosotros, también. Como si nos apellidáramos Skywalker por lo menos.

 

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por María de Álvaro

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