Un sábado de lluvia, sea junio o diciembre, siempre es una bendición, porque un sábado de lluvia es como si el mismísimo cielo te diera permiso para quedarte en tu casa y darte, qué sé yo, un atracón de ‘Mad Men’, de Julio Camba hablando de Nueva York o de palomitas y vino tinto mismamente. Por eso se les va a hacer tan fastidioso a los concejales electos mañana lo de ir al Pleno. Porque en Asturias va a llover, se lo digo por si no manejan Facebook o no usan ascensor, si no ya lo saben de sobra. Se les va a hacer fastidioso por eso y porque en por lo menos una docena de ayuntamientos asturianos nadie sabe a quién le van a dar el bastón de mando. Está el electorado (usted y yo, nosotros, la ‘gente’ nos llaman) como los padres antiguos a las puertas del paritorio: dando vueltas, comiendo uñas y esperando a ver si va a ser niño o niña. Pero este bebé que nosotros esperamos, tras un embarazo como de elefante, por cierto, no tiene pinta de venir con un pan debajo del brazo. Por poner, un suponer, Gijón como ejemplo, pase lo que pase -que parece que lo que va a pasar es que va a ser niña y de Foro a menos que alguien saque una caja de zapatos y convoque una votación en los próximos minutos, no hay que descartar nada- el gobierno municipal será en minoría. En una minoría tan menor y con tan pocos ya no amigos si no siquiera conocidos que nos esperan cuatro años de presupuestos prorrogados, amenazas de moción de censura y, sobre todo, de que nos den mucho, muchísimo, la lata con sus reuniones, con sus dimes y con sus diretes. Lo otro, lo de currar para gestionar eso que es de usted y mío, ya queda para otro día. Que esto es política. Vieja, nueva o de mediana edad: política. O tal vez habría que decir políticos…