Hay series de televisión en las que nunca pasa nada y otras en las que te pierdes un capítulo y la primera ministra danesa se divorcia, su ministro de Defensa se suicida y su jefe de prensa descubre a la audiencia que no es un borde porque sí sino porque tuvo una infancia terrible. El debate de investidura de la Junta General del Principado es de las primeras, pero con un metraje más próximo a ‘Cuéntame’ con sus 15 temporadas. O a ‘Verano azul’, reposiciones incluidas. Por la extensión y por los bostezos.

Llevamos dos días, nos queda un tercero y no hemos sacado nada en claro: bueno sí, que Lastra sigue echando las mejores broncas del hemiciclo, yo por lo menos paso más miedo que con ‘The Walking Dead’, por seguir con las series; que Cristina Coto es una moza muy aplicada y ya está; que Nicanor García sigue en campaña ciudadana; que Gaspar Llamazares es el único capaz de presentarse al examen si chuleta, y que Emilio León y Mercedes Fernández -agradecida e ilusionada como una adolescente en las jornadas de puertas abiertas del parlamento- se hablan en los pasos de cebra. En la Junta, no. Porque en la Junta no se habla nadie con nadie. Todos acusan a todos de “rancios” y todos se autoproclaman como la “renovación” necesaria, los nuevos -“los chicos” en argot de parlamentario de viejo cuño- y los que de tanto estar en el mismo escaño deberían empadronarse en él y, ya de paso, pagar el IBI.  Se ofrecen monólogos de seis en seis, oiga. Con el calor que hace… Y mañana siguen. Paciencia. O unos tintos de verano.