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Coppola y la gaita

Oye, que qué borde Coppola, que casi ni saludó a la llegada al Reconquista con la de gente que había esperando. Allí todos con el móvil apuntado a ver, y él que nada, que mira como de reojo y para dentro. Bien, ‘olrait’. Pongámonos un momento en su lugar, en el momento en que tú llegas de un viaje, que vale que no vas en turista encajado sino en vuelo privado y tal, pero estás igualmente agotado. Y él lo estaba, no hay más que ver la pinta que traía el infeliz, con más arrugas en la camisa que Kurtz después de tres meses sin ducharse en la selva desayunando napalm. Con más cara de sueño que Drácula después de una noche eterna de esas suyas. Y vas y te bajas del coche a la puerta del hotel con las mismas ganas de una ducha que Peggy Sue de casarse y te reciben -te recibimos, porque así somos- tocándote la gaita. Literal. Al son de Don Vito, además, y sin permiso de Nino Rota, que se sepa.

No puedo dejar de ver el vídeo (que aquí adjunto porque si alguien no lo ha hecho, es tan imprescindible como la versión ampliada de ‘Apocalypse Now’. Aviso). Me tiene hechizada ese resoplido que da cuando la directora de la Fundación Princesa, toda amabilidad, le pide que se acerque un momento a eso que de un tiempo a esta parte se llama ‘photocall’. Él resopla, pero se acerca. Y se coloca. Y pone la mano, esa mano que ha sujetado la cámara para cosas que a usted y a mí nos han tenido pegados a un asiento y con el alma y el corazón en un puño, la mueve e imita el vuelo de un avión. Y nos dice, con gestos idénticos a los que haría cualquiera si fuese recibido, un suponer, por unos masais a las puertas del Serengeti y no supiera swajili: “perdonadme, pero es que estoy muerto”. O así.

Francis Ford, yo te entiendo y estoy contigo. Y no me pareces ningún borde. Y si lo fueras tendrías derecho, porque eres Coppola y te adoramos. Qué coño.

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por María de Álvaro

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