Le pasa a la política lo que al amor y la guerra, que vale todo. Como el amor, produce extraños, a veces extrañísimos, compañeros de cama. Como la guerra, sorprendentes alianzas. Entenderse es bueno. Entenderse sólo cuando la trichera se tambalea ya no tanto. Por eso suena pelín a desesperadado el pacto de Rajoy y Pedro Sánchez a estas alturas de la película y de la campaña o precampaña, que se nos va a hacer más larga que la Navidad en los supermercados. Vale que sin ese acuerdo no parece que pueda haber solución posible al desafío secesionista (moría por usar la expresión, ya me empezaba a sentir una outsider), pero da cierta grima que sea ahora cuando caminan ‘junts’ porque se nota que lo hacen ‘junts pel miedo’. Claro que nada, ni esto, es comparable al flamante noviazgo entre el PP y Foro en Asturias, porque aquí hacia donde caminan es a unas segundas nupcias que ríete tú de las de Elizabeth Taylor y Richard Burton. La memoria es selectiva y tampoco es la primera vez que a los populares de nuestro Principado les sale un partido de ida y vuelta. El problema lo va a tener más bien la novia si se deja tentar y pasa de la cena romántica del próximo 20 de diciembre-fun-fun-fun a la boda. Que se lo piense, porque como diga sí, igual se convierte en rana. O desaparece. Morir de amor puede tener su punto. Pero es morir a fin de cuentas. No sé si me explico.