Al Chapo Guzman le pillaron porque quería ser Vito Corleone. El narco más buscado del planeta, el que se escapó de una cárcel de máxima seguridad por raíles construidos al efecto, andaba en preparativos con una productora para hacer una película sobre su vida. Ser un criminal no vale de nada sin reconocimiento público. Ser, así a secas, ha dejado de tener utilidad ninguna. Es cosa de raros y de anacoretas. Si uno se enamora no importa, importa que lo cuente en Facebook; si el mundo se desmorona, tampoco, lo fundamental es lo que opinamos del desmoronamiento de turno en Twitter: 144 caracteres y a otra cosa. Eso y desayunar en tazas que nos auguran un día increíble siempre y cuando lo colguemos, claro está, en Instagram.
Al Chapo Guzman lo pillaron porque ni siquiera a él le vale ser sin altavoces, él que se juega su propia vida en ello. La vanidad ancestral mezclada con el exhibicionismo de nuevo cuño es lo que tienen, que resultan implacables, una combinación perfecta. Apostaría a que el Chapo se encontraría mucho más en su salsa en Gran Hermano Vip que en la cárcel en la que ya duerme, y no porque vaya a tener menos comodidades.Y apostaría también a que a los productores se les saldrían los ojos de las órbitas por meterlo en la casa con el ‘Pequeño Nicolás’. Porque apostaría sobre todo a que serían líderes de audiencia. Y ahí está el problema. Y la solución, por cierto.