Dice John Carlin que los hijos de la Gran Bretaña «futbolizaron su decisión política». Imposible explicarlo mejor. Innecesario añadir nada más. Los británicos, los ingleses, votaron con la energía del que canta un goooooooooooooool desde la grada: tan intensa y breve como irrelevante en el resultado final del partido. Lo hicieron sin echar cuentas, sin hacer números, dejándose llevar por esas emociones que nos valen cuando nos tratamos de dos en dos, pero que difícilmente funcionan a partir del trío, no te digo nada de la multitud. Hay quien lo llama actuar con el corazón, pero resulta casi obsceno culpar a tan útil, eficaz y currante víscera cuando se hacen las cosas sin pensar. Todo este rollo viene al caso de que hoy en España también estamos votando. Y yo sólo espero que lo hagamos con el cerebro, que, naturalmente, puede votar a cualquier partido, pero lo hace sin camiseta. Feliz fiesta de la democracia, queridos, y, sobre todo, feliz resaca.