Siempre me ha llamado poderosamente la atención la obsesión del género masculino por una parte concreta de su anatomía, esa parte, hasta el punto de concederle capacidades terapéuticas. Y perdónenme la generalización, que no digo yo que sean todos iguales, que ya sabemos que los hay incluso peores. Y las hay, vale, pero, no nos enredemos y vamos al lío: viene esto al caso del cantante Francisco y sus recomendaciones a la vicepresidenta de la Comunidad Valenciana, Mónica Oltra, a esa receta milagrosa de “pollardón y pichilina” que, según él, le curará todos sus males. La cosa es tan cutre, tan hortera, que no merece ni comentario. La reacción del Teatro Jovellanos de suspender su concierto en Gijón sí, porque ese ya es otro tema.
Que se sepa, Francisco está contratado para cantar o lo que sea que haga encima de un escenario, no para mostrar sus opiniones u ofrecer discursos ni clases de ética desde el balcón del Ayuntamiento. Cancelar su actuación como en su día se canceló la de Albert Plá por lo que piense (si piensa), no piense, diga o deje de decir (en Twitter o en la barra de un bar de la Malvarrosa) es como quitarle el Nobel a Vargas Llosa por sus últimas locuras, más bien pijadas, de amor y ‘Hola’. La libertad también está para poder hacer el ridículo como cada uno estime más conveniente. Y la línea entre la rampante corrección política y la simple y llana censura cada vez es más fina. Tanto que podemos hacerlo oficial ya y bautizarla: ¿vale ‘neocensura’?
PD. También me llama la atención, y de forma casi tan poderosa como lo anterior, que quienes aplaudían la suspensión de Plá bramen ahora contra la del Latino y, por supuestísimo, también viceversa. A mí uno me parece un artista y hasta me hacen gracia sus provocaciones y el otro…, el otro… Bueno, eso qué más da. A todo esto, ¿el escritor-antes-conocido-como-Vargas-Llosa dónde anda que no lo vi esta semana en la peluquería? Ay, Mario, tú si que estás bohemio y loco risueño, alma de cántaro.