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Libertad de vómito

Un hombre levanta los brazos al aire. Sobre él, dos frases entre exclamaciones: “¡Libertad de expresión! ¡Pero sin tener que pensar!”. El Roto, como casi siempre, da en el clavo. Libertad de expresión blande un chaval que acaba de estrenar la mayoría de edad en el Carmín de la Pola y que luce una camiseta chistosísima e inocente a su reflexivo entender: “Ninguna mujer está completa hasta que un hooligan se la meta”. Para que añadir más. De libertad de expresión presumen también los simpáticos, progresistas y solidarios jóvenes que se burlan ante un cartel que recuerda el asesinato programado de Miguel Ángel Blanco. Terrorífico. Libertad de expresión parece ser también despellejar viva a una niña que acaba de cumplir los 18 porque es fea, sí, como la madre que la parió, que no ha dudado en vender su vida entera por fascículos, vale, y qué. Libertad de expresión es prácticamente cualquier vómito que cualquiera decida arrojar, generalmente encima de otro o de otros. Otra y otras también vale. Y decir que eso tiene que controlarse es ser un facha y estar en contra de la, ay, libertad de expresión. “No sois nadie para juzgarme” escucharon esta misma semana los jueces de la Audiencia Nacional. No es la civilización de Occidente la que se va acabando, es la civilización a secas. Parece que se nos ha olvidado aquello de que mi libertad termina donde empieza la del otro. Tenemos motivos para estar cabreados, eso no lo duda nadie, pero el resultado es simplemente nauseabundo. Y no debería llamarse libertad.

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por María de Álvaro

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