El Sporting está oficialmente en Segunda y Gijón amanece anegado. Agua literal y metafórica que tiene la playa marrón y el barro campando a sus anchas. Hacemos aguas, nos hundimos. Pero la verdadera tormenta no se desata aquí, porque esto es una broma, un chiste malo, si se pone en perspectiva. Ahora mismo, mientras lamentamos el mal tiempo, nos acordamos de la depuradora y maldecimos porque nos faltaron un par de goles, 629 personas están retenidas en un barco y viajan literal y metafóricamente a la deriva por el Mediterráneo. No les dejamos entrar en Europa. Son 506 hombres y mujeres, siete de ellas embarazadas, y 123 niños, once de ellos pequeños, que viajan solos. Y no deberíamos atrevernos a hablar de nada más, a hacer nada más que abrirles la puerta. Cada minuto que la UE calla, cada vez que un país le pasa el no-es-asunto-mío al siguiente, Europa se va muriendo un poco. Y todos y cada uno de nosotros, los habitantes del continente que se inventó la democracia y el derecho, nos vamos convirtiendo en más y más cómplices de la náusea. Porque los refugiados no se mueren, los estamos matando. Y ahora dirán que esto es demagogia, pero es una emergencia.