La mujer del César tiene que estar hasta el mismísimo moñus-moña de ser citada en informaciones, artículos, tertulias y conversaciones de bar y/o peluquería. El mundo es feo, sucio y corrupto desde tiempos anteriores a los de Rómulo, Remo y la buena de Capitolina, salvedad hecha del dedo de Santa Teresa. Pero el mundo vive ahora 24 horas en directo y en abierto. El mundo vive con las mismísimas vísceras al aire si es necesario, que los culos hace tiempo que han dejado de ser patrimonio de la intimidad. El mundo hoy tiene Twitter y Facebook y medios de comunicación y hasta de desinformación apuntando en todas direcciones. Serlo y parecerlo nunca se parecieron tanto, jamás fueron palabras más sinónimas. Y en medio de todo esto: la casta -conocida como clase política hasta el advenimiento de Pablo Iglesias- otrora acostumbrada a la barra más o menos libre se encuentra con que lo mismo que el pueblo necesita saber con quién se acuesta Chabelita exige el estado de sus cuentas, así estén en Suiza o en Ponga. Y el pueblo, que cuando se pone pesado no hay quien lo pare, hurga en cosas que antes no hurgaba, sencillamente porque no tenía donde hacerlo. La ‘granhermanización’ de la sociedad, la de Orwell, claro, pero también la de Mercedes Milá, tiene más inconvenientes que ventajas. Que cada día nos desayunemos con un nuevo caso de corrupción seguramente está entre las segundas. O no. Porque hay mañanas, y tardes, y noches, que el hedor no deja respirar. Y eso sí es mortal de necesidad. Más incluso que los negocios de alguna consejera o las excursiones pagadas al balneario de algún director general. Que también.