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Un poeta que cuenta cuentos

A propósito de ‘Amor suicida’ de Miguel Rojo

Cuenta Íñigo Noriega en el prólogo de este libro que los relatos que lo componen, publicados todos ellos en asturiano en las páginas del suplemento ‘Culturas’, comparten, además de un cierto «cielo plomizo», el hecho de tener una «rampa de despegue» narrativa. Tienen eso y también una voz, que a modo de hilo, a veces de letanía, salta de un cuento a otro como saltaban los personajes en la memorable ‘Hoja del Ginkgo Biloba’. En aquel libro, Miguel Rojo tejía una historia con otra y les daba unidad haciendo que un personaje de cada relato pasase al siguiente. Había en aquellos capítulos una intención de libro, de unidad, que, seguramente, no ha tenido a la hora de trazar este ‘Amor suicida’. Son estos, lo confiesa su autor en la portada, «cuentos de encargo».
Los hace cada mes para EL COMERCIO y cada mes en EL COMERCIO se publican, pero ahora llegan por primera vez como un todo, un todo que se devora de golpe, sin poder parar. Y así leídos es como se descubre eso que hasta ahora solo se intuía: esa voz que hilvana realidades cotidianas para volverlas extraordinarias. Como solo los grandes saben hacerlo. Detrás de los protagonistas de cada relato, detrás de la profesora desesperada que cree en extraterrestres para que «haya otros mundos ahí fuera»; detrás de Van Gogh en su útlimo día; detrás de los viejos de ese convite de «polvo y ceniza en manos del viento»; detrás del hombre que se muere «como si se hubiera cansado de estar vivo»; detrás de cada suicida más o menos terrible o más o menos cómico; detrás de Rosa, esa mujer que es símbolo del maldito e imparable paso del tiempo; detrás de ese fabuloso genio de la lámpara que vuelve impotentes a los hombres que escuchan su historia; detrás del escritor de novela negra atrapado en una de sus tramas; detrás de Joyce, de Don DeLillo, de Benedetti «el-salva-recitales» y hasta detrás de un ultra del Oviedo está Miguel Rojo. Su voz, su ternura disfrazada de humor negro, ácido tantas veces. Macarra siempre.
Está el tipo que nos arranca una sonrisa, o una risa, a veces cómplice, a veces triste –como la que se te queda viendo la plenitud ya marchita en la foto de María junto al chico al que vomitó por encima en su despedida de COU –, a veces melacólica, esa que tanto se parece al llanto, porque, como a la novia que se va de luna de miel a Chile en un barco lleno de vacas las «lágrimas gigantes ruedan por la cara». Pero también el que nos hace estallar en carcajadas cuando el escritorucho de provincias se pregunta qué habrá hecho tan mal en la cama de aquel crítico para no ganar un premio de poesía o cuando el marido de la suicida que da título al libro hace su inesperada confesión final.
Detrás de todos, dándoles voz, su voz, no está solo un contador de historias más o menos creíbles, porque ya se sabe, lo dice él, que «en la vida de los adultos lo más impensable puede ser lo más verídico». Detrás de todos ellos lo que hay es un poeta. Un poeta contándonos un cuento. Está ese Miguel Rojo que en ‘El Paseo’, su anterior libro, prometía lo de «empaparé tu corazón con mi palabra, brevemente, como hace la lluvia con la tierra». Y ha vuelto a hacerlo con ‘El amor suicida y otros cuentos de encargo’. Aunque no tan brevemente como él se piensa. Porque sus palabras son de las que mojan. Y calan.

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por María de Álvaro

Sobre el autor


diciembre 2014
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