«¿Se puede ser cortés para disuadir a alguien de que no vaya a trabajar en una huelga general? ¿Se puede ser educado? ¿Tenemos que pedirlo por favor? Es muy difícil». Eduardo Donaire, 20 de diciembre de 2014. Decía esto el secretario general de MCA-UGT tras la condena a penas de cárcel a cinco sindicalistas de un piquete de Arcelor que, según la sentencia judicial -no según se comentó en un chigre o según contó uno que pasaba por allí y no según ningún enemigo ni amigo de nadie- lesionaron a un compañero que optó por trabajar en la huelga del 29 de marzo de 2012. Y se quedó tan ancho. Poco se puede añadir al listado de perlas, a la altura del puñetazo prometido por el Papa a su pobre amigo Gasbarri si el infeliz osara u osase a “decir una mala palabra de mi mamá”. Donaire, como Francisco, no hace más que justificar la violencia ‘siempre que sea necesario’. Y lo curioso es que es él mismo, como Francisco, quien pone el límite a esa necesidad según criterio personal e intransferible. Y no hablo de intenciones, hablo de palabras que entrecomillo por literales.
A Francisco le han llovido las críticas hasta en sus filas más ‘fans’. Con razón. A Donaire y sus sindicalistas, una campaña de apoyo en la Unión Europea. La abrió ayer mismo el eurodiputado socialista Jonás Fernández, que ha denunciado en el Parlamento Europeo la condena judicial por “coacción” y porque atenta contra “la libertad sindical y el derecho a la huelga”. 32 eurodiputados de 12 países han firmado ya una carta de solidaridad con los condenados “por realizar labores de información sindical”. Vale. ¿Y la coacción al que no quiere participar en la huelga? ¿Esa qué? Será que no entiendo, será que no llevo “30 años en esti negocio”, que decía, literalmente hablando -entonces lo imaginábamos, hoy lo sabemos-, el exmesías de la minería patria. En fin, voy a ver si me paso por las urgencias del HUCA ahora que quieren poner una carpa en la puerta para que no se mojen los pacientes. Al final va a ser el único sitio para estar ‘a techu’. Ay.