Si un extraterrestre entrase ahora mismo por la puerta de la Junta General del Principado o de nuestras consistoriales casas ataviado con sombrero cowboy y gritase, como Clint Eastwood, aunque con menos estilo, porque con más es imposible: “¿Quién es el dueño de esta pocilga?”, oiría su propio eco: “ilga, ilga, ilgaaaaaa”. Eso o las palabras del bedel, que en vez ‘Sin perdón’ podría representar a Sabino Fernández Campo en el 23F y decir aquello de “ni está, ni se le espera”. Una semana ha pasado desde lo de la fiesta de la democracia y, a tenor del resultado, más parece que aquello fue una rave bien cargadita y que seguimos todos en modo ‘Resacón en Las Vegas’ escuchando de fondo un “chunda, chunda”. O peor.

La cosa es que los estrategas de la causa pública se miran, unos de frente, otros de medio lado, pero nadie lanza la primera carta sobre la mesa. Como si fuera un baile de la corte de Luis XV, se juntan y se separan, se tocan si acaso un poco la mano mientras suenan las tiorbas, pero el contacto carnal es mínimo. No vaya a ser. No vaya a ser que a todos se les estropee la fiesta mayor, la de la patrona. Pasará lo que tenga que pasar porque hay que cumplir los plazos, pero nada, absolutamente nada, será definitivo hasta que las hojas de los árboles se tornen marrones y empiecen a caer. El desengaño es un proceso duro y complicado, ya, pero no queda otra. Esto es solo una batalla. La guerra está en otro frente. Está en las elecciones generales. A ver.