Con Lorca, Ángel González y Lope de Vega de letristas, cualquiera. O precisamente por eso, justo al revés. Atreverse a pedir “en vano” la “palabra escrita” porque “si vivo sin mi quiero perderte”, apostar “al siempre va” y “si sale amor, la primavera avanza”, “creer que el cielo en un infierno cabe”. Todo eso hace Poveda encima del escenario. Pero hace más. Todavía más. Porque Poveda habla, canta, con su garganta, pero también con el último centímetro de sus tripas.
“Yo es que no soy astronauta, soy cantaor flamenco”, dijo antes de los fandangos y las alegrías de Cádiz el viernes en el Auditorio de Oviedo. Después de Lorca, de Ángel González y de Lope de Vega. Después de Quevedo y de Rafael Alberti. Y antes de una versión del ‘Asturias’ de Pedro Garfias (sí, el de Víctor Manuel), que arrancó con un “que Dios me ampare” y hasta al mismo cielo debió de dejar temblando, porque se oía incluso el silencio. Alguien dijo que la sensibilidad de Poveda es casi de cristal. Y tiene razón. Pero de un cristal antibala. Por lo rotundo. Por lo irrompible. Fuerte y delicado. Arrollador y frágil. Todo a un tiempo y con unas palmas.
Y luego ya que la iluminación fuera una luz cegadora, como la de la canción pero más; que el batería hubiera tomado demasiadas vitaminas y una exagerada querencia al platillo; que algunos arreglos sonasen como a Manuel Alejandro en un crucero de Royal Caribean… todo eso ya es lo de menos, porque el viernes, en el Auditorio Príncipe de Oviedo, ocurrió. Vimos pasar la belleza. Y qué si no es el arte. Y qué coño de otra cosa es la vida. “Quien lo probó, lo sabe”.