Pasa siempre que cierra un cine. También cuando lo hace un periódico. O una librería. Las necrológicas les crecen como crecen las setas en otoño y algunos amores en verano. Y a todo el mundo le parece una vergüenza. Y todo el mundo, que somos todos, protesta, protestamos. Y abrimos el cajón de las culpas, y empezamos a repartir. Y pedimos implicación de los políticos. Y les ponemos verdes. Y no nos acordamos de que para que los cines, los periódicos y las librerías no cierren no hay que escribirles odas ni epitafios nostálgicos, solo hay que ir al cine, comprar periódicos, leer libros. Y pagar por todo eso. Porque nada es gratis. Porque para que existan el cine, los periódicos, los libros… para que todo eso nos haga un poco más humanos y un poco más libres hacen falta personas que, también como todo el mundo, tienen (tenemos) el oscuro vicio de comer cada día. Lamentarse es mucho más fácil, naturalmente. Pero no sirve de nada.