“La naturaleza es ese algo a lo que no hay que oponerse, ni intentar mejorarla, ni hacer nada con vistas a independizarse de ella” (Ryszard Kapuscinski)
Crece en la selva un árbol que en Uganda llaman el árbol estrangulador. En realidad, se trata de un parásito que se aprovecha del tronco que coloniza y lo envuelve poco a poco, como abrazándolo. Los dos troncos van creciendo juntos, uno, el original, en el centro; el estrangulador, a su alrededor, apretándolo y aprovechándose de su fortaleza. Así crece y crece hasta que termina por cubrir al árbol que le ha permitido vivir. Y entonces, solo entonces, lo mata.
Joyce cuenta la historia del árbol estrangulador mientras buscamos chimpancés y babuinos en el bosque de Budongo. ¿¡Lo mata!? “Si, pero la madera muerta se integra en el nuevo árbol, así es el ciclo de la vida”. Mientras los chimpancés y los babuinos saltan ya de rama en rama pienso si será mejor ser árbol estrangulador o estrangulado. Y aún no he encontrado la respuesta. Aunque me siento más identificada con el difunto. No sé por qué. O puede que sí. “Todos sabemos de qué tenemos miedo, sólo es cuestión de poner un poco de atención”, me ha dicho alguien uno de estos días. Y tiene razón.