“Uno perdía el rumbo en aquel río del mismo modo que puede perderlo en el desierto (…) hasta que se sentía hechizado y apartado para siempre de todo lo que había conocido alguna vez, en algún lugar, lejos, quizás en otra existencia”
‘El corazón de las tinieblas’ (Joseph Conrad)
El cielo parece más alto en el Serengeti, más grande y más inabarcable. Tal vez es porque no hay una sola estrella que no se apunte a la fiesta cada noche, iluminando las risotadas de las hienas y los ojos de los antílopes brillado en la oscuridad. La fiesta comienza a languidecer a eso de las cinco de la mañana, pero lo hace para que empiece otra: la mayor. A esa hora parece como si dios hubiera dado la orden de ir apagando las estrellas una a una. Cuando ha acabado con todas, o casi, en la raya misma del horizonte se marca una línea trazada con escuadra y cartabón. Es naranja intenso aunque apagado. Quiere brillar, pero aún no lo hace. No puede. El cielo, hasta hace segundo, tan negro que no verías un león que estuviera pensando en desayunarte, ya es azul petróleo.
Y esto no ha hecho más que empezar. El mismo dios que mandó apagar las estrellas está ahora haciendo pruebas de color. Como si cada amanecer fuera el mismísimo día de la creación del mundo, empiezan a desfilar los naranjas y los rojos, los rosas y los morados. Los cambios son tan rápidos, la indecisión parece tal, que si se te cae algo al suelo, quitas la vista del cielo y vuelves a mirar, ya no lo reconoces. Eso sí, al final el amarillo se va haciendo cada vez más fuerte. Sale al fondo, entre dos acacias, una bola de fuego incandescente, igual a un incendio que ningún bombero podría apagar. Y empieza la ascensión. Y de nuevo es como si lanzaran fuegos artificiales, pero son reales y están llenos de una calma cargada de energía, una fuerza extraña y a la vez familiar que no se sabe si sale del cielo o de la tierra.
La hora de la caza ha terminado. Comienza un nuevo día en el Serengeti. Y de verdad parece que lo que comienza es el mundo. Cada día uno nuevo: igual a los anteriores pero radicalmente distinto. Listo para estrenar.