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Je suis la Merced

Ahora es peatonal, y ancha, y hasta se ha contagiado de la zona de moda a la hora del vermú y el vino, pero para mí siempre será el lugar donde vi por primera vez a Superman. Fue en el Arango, hoy convertido en clínica de botox venida a menos, como si fuera una metáfora, mala de tan evidente, del fin de algo, de una civilización probablemente. Y me llevó mi padre. A mí sola. Y me sentí tan mayor y tan importante que creo que hubiera podido volar sin capa y sin que ni la kryptonita pudiera detenerme. Tendría cinco años.

La calle de la Merced siempre será el lugar donde por primera vez vi a Superman. Eso y sábados por la mañana en Paradiso a la ‘rebusca’ y bajar ansiosa las escaleras de Cornión y esa boina en el escaparate de la Sombrerería que te mira como diciendo que no puede vivir sin ti. Y carreras adolescentes porque llegas tarde al Parchís. Y paseos lentos porque no vas a ninguna parte, ni falta que te hace. La memoria es caprichosa, pero conviene respetarla, porque nos mantiene pegados al suelo. O volando. Pero fieles aunque no sea nada más que a nosotros mismos. También como pueblo. O como ciudad. Por eso es tan absurdo el intento de nuestros munícipes por antonomasia de cambiarle el nombre a la calle de la Merced. Porque no hace ninguna falta.

Como todo el mundo sabe, una de las principales actividades de un político del siglo XXI es encontrar un problema donde no lo había. Y aquí han hecho pleno. Tal vez por eso están todos, o casi todos, de acuerdo. Y vale que José Manuel Palacio, primer alcalde de la democracia, merece una calle en Gijón. Desde luego más que el Río Cutis, Valparaíso o Antonio Tajani. Vale. Pero otra. Menos mal que somos de Gijón y no vamos a dejarles. Home va.

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por María de Álvaro

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