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En casa

“Chewie, estamos en casa”. Lo dice Han Solo al poner un pie sobre el ‘Halcón milenario’ y con esa frase no sólo pone pelos de punta, también resume una película entera. Porque ‘El despertar de la fuerza’ es eso: un regreso feliz a los tiempos de la fuerza, aquellos en los que el mundo se dividía entre buenos y malos, jedis o siths, Luke o Darth Vader. ‘El despertar de la fuerza’ es volver a fabricar espadas láser con los rollos acabados de papel Albal, volver a querer ser la princesa Leia, a tener un ewok en vez de un perro. Volver a tener diez años. Esa sopa que te recuerda a la que hacía tu abuela, ese libro que te leíste con 15 y reaparece en una mudanza, esa canción que te acompañará siempre.

Es todo eso, pero no sólo. Porque también hay en la última de ‘La guerra de las galaxias’, ahora ‘Star Wars’, una buenísima historia de aventuras, a la altura del mejor Indiana Jones, y, como si eso no fuera más que suficiente, sus nuevos héroes son otra vez verdaderas declaraciones de intenciones: que el polvo al ‘Halcón Milenario’ se lo quitan una mujer corajuda y solitaria de profesión chatarrera y un soldado del Imperio arrepentido, un tipo que se reivindica individuo dentro de la masa, que se niega a acatar órdenes si éstas suponen llevarse por delante a inocentes, el humano debajo de la máscara, la libertad contra un sistema que programa mentes en serie. Son, en fin, dos personas que si no fuera porque viven en una galaxia muy muy lejana podrían ser nuestros vecinos o nosotros mismos. O sea, una tía y un tío normales capaces de cosas extraordinarias. Dos metáforas con piernas, dos constataciones de que otro mundo es posible, aunque sea más allá de las estrellas. La esperanza, que ya no es nueva, se mantiene intacta. La fuerza ha despertado. Y nos sigue acompañando. Como siempre.

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por María de Álvaro

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