Napoleón ganó infinitas batallas y más de una guerra, pero acabó en Santa Elena, fundamentalmente, por abrir más frentes de la cuenta. Su estrategia expansiva, que tantas alegrías le dio en los años en que escribía encendidas cartas a Josefina desde el frente, fue su tumba. A un colega suyo bastante más siniestro e igual de bajito le pasó algo parecido algunos siglos después allá por Stalingrado, pero esa es otra historia.
Otro gran proyecto de prócer de la humanidad anda estos días abriendo frentes aquí y allá, pactando o tratando de pactar lo que ni pactó ni trató de pactar antes de que nos llamaran, por segunda vez, a eso que antes se decía la fiesta de la democracia y ahora vamos camino de bautizar como la ‘rave’. Por larga y por cansina. La cosa es que el hombre al que últimamente parecen salirle bien los planes, anda empeñado en ganar las elecciones antes de que votemos. Normal. Él es quien sabe lo que quiere la gente. Porque él es la gente y lo demás, casta conquistada. O acólitos.
Lo sorprendente de la historia no es que la moto en venta no llegue a triciclo, sino que haya encontrado compradores. Asusta la cara arrobada del número 5 a la lista del Congreso por Madrid, emocionado como el niño al que en el recreo el ‘chico más popular’ del colegio le deja, por fin, tocar la pelota. Y asusta más aún el poco eco de los desesperados que ven cómo el emperador desfila completamente desnudo y sin rastro de traje nuevo, y lo dicen, y les miran como el que mira a un «abuelo cebolleta». Cosas veredes, Gaspar. No sé si me explico.