Palabras para el 25 aniversario de la Promoción de 1992 del Colegio de la Inmaculada
Nacimos el mismo año que Los Ramones, el Watergate y la Revolución de los Claveles. Que la vida iba en serio lo comprendimos más tarde. Fue con la ayuda, claro, de Gil de Biedma, pero más bien gracias a algún que otro triunfo y a mil y un fracasos, muchos de unos y otros vividos entre estas mismas paredes, donde nos graduamos olímpicos. Ahí es nada. Somos la promoción del 92, unos guajes, sí, pero aunque parece que fue ayer, han pasado 25 años. Y eso son más de 9.000 días. 9.000 días en los que nos hemos hecho mayores, algunos incluso señores calvos, con perdón.
Dice el proverbio zen, y si no lo dice debería hacerlo, que los árboles solo crecen si conservan sus raíces: pues las nuestras están aquí. Aquí hicimos amigos y amigas para siempre, hermanos y hermanas de colegio, algunos incluso construyeron sus familias. Aquí nos hicimos europeos, vivimos la caída del Muro de Berlín, la primera Guerra del Golfo o el vil asesinato del padre Ignacio Ellacuria, sus compañeros y asistentes en El Salvador, hoy otra vez de plena actualidad por la reciente extradición y encarcelamiento de uno de sus autores. Aquí también jugamos la UEFA con el Sporting, sí, queridos, en el 92 fue la última vez. Y aquí todos, absolutamente todos, aprendimos que no hay recompensa sin esfuerzo. Y, de paso, tampoco crimen sin castigo. Esto por supuesto gracias a Dostoyevski y al Pedrolo, que también nos enseñó a querer a Don Quijote aunque el odio formase parte de aquella relación, al menos en sus comienzos. Igual que gracias al inolvidable Meana aprendimos a hacer integrales y a coger el abrigo siempre antes de salir a cualquier pasillo. El Amado nos enseñó dónde estaban la cueva de Platón y el sentido de la ironía. Valdés, probabilidades y el arte de buscar una buena excusa para llegar tarde. El Chifu, a sentir la música que no era ni de Loquillo ni de los Smiths. Con el Pater Almendral declinamos y reímos chiscando los dedos hasta el dolor. Con el Cachos supimos del desarrollo de una ameba y sobre todo del valor del azar, de la suerte, la buena y la mala. Con Guerrero, a construir catedrales como si fuéramos canteros de la Edad Media. O algo así. Con Kilo, que la inocencia nunca está de sobra. Y con Pachi, el cura, nuestro cura, a hacernos mayores y a opinar. A veces hasta con razón. Porque con Pachi aprendimos a hablar con hechos, además de con palabras.
Todo, todos forman parte de quienes somos hoy, en nuestras casas y fuera de ellas. En Gijón y en todo el mundo, porque son muchos los que han querido o han tenido que irse. Como médicos, como veterinarios, como bioquímos, arquitectos, abogados, economistas, periodistas. Como ingenieros, como artistas, pero sobre todo como personas, eso que últimamente se ha dado en llamar gente. Mujeres y hombres nacidos en el siglo pasado, sí, así es, ya lo siento, pero bien plantados en este, seguramente con algún sueño roto pero muchos, muchísimos, también renovados.
Y, claro, con alguna ausencia, porque no querría terminar sin acordarme de quienes un día estuvieron y hoy nos acompañan desde algún otro lugar. Recordar, ya lo hemos hecho, a Pachi, el último en dejarnos, aunque siga con nosotros, a Meana, al padre Cifuentes, a Villamil, a Almendral, a Faustina, a Narganes y muy especialmente a alguien que hoy estaría aquí pidiendo que sonara alguna marcha militar, discutiendo de política y haciendo sonar su vozarrón para seguir siendo el buen tipo que siempre fue los años que lo tuvimos con nosotros. Ya sabéis que hablo de Jorge, de Jorge Noval.
Que la vida iba en serio lo comprendimos más tarde, sí, pero aquí empezamos a intuirlo mientras estudiábamos, pirábamos clase o nos enamorábamos por primera vez. Y hubo quienes casi nacieron aquí y aquí vivieron toda la EGB, el bachillerato y alcanzaron el ansiado último piso de COU y quienes llegamos más tarde, aquellas niñas que fuimos bichos raros el primer día. Solo el primero, puede que también el segundo pero, desde luego, no el tercero.
Esta es nuestra casa, nuestra patria, el origen de todo. Porque, ‘tigres’, nos dijeron que diéramos siete vueltas. Pero hemos dado más. Muchísimas más. Y las que nos quedan. En 10 años, aquí nos vemos otra vez. Y pasaremos lista. Estáis avisados.