Como todo el mundo, tengo días malos y otros incluso peores. Ayer, por causas diversas que no vienen al caso, fue uno de ellos. De los peores, digo. A asuntos tan diversos como las causas se me sumó ayer un estupendo catarrazo de esos que también tiene todo el mundo cuando el invierno se pone tonto. Y como siempre que mis anginas piden paso y mis mocos se apuntan a la fiesta, pensé en llamar al trabajo y a mi madre, y no necesariamente por este orden, para decir ‘no voy’ y ‘voy’, respectivamente. Pero de inmediato me arrepentí y me espeté un ‘nena, esto pa ti no es nada’. Así que me levanté y salí camino a la farmacia previo paso por el cajero. Podía haberla asaltado, pero para unos vincigrips y un poco de bisolvon me pareció que no merecía la pena. Y ahí, en la puerta de un banco de la calle Langreo, fue donde sucedió.
Abro el bolso, saco la cartera, busco la tarjeta, la meto, me pide el número secreto y… Y un tipo se me pega a la espalda y farfulla algo que no entiendo, aunque imagino. Le miro a la cara.
-Mira, tío, por favor, eres justo lo que me faltaba. Dejame en paz, anda, que más te da.
Y coge, me mira, se da media vuelta y se va.
A veces, o casi siempre, merece la pena mirar a alguien a la cara y decirle la verdad. Claro que todo pudo haber ocurrido por simple casualidad. Nunca se sabe. El caso es que mi atracador frustrado se fue y mi catarro va camino de ello. Para ellos y para ese sol que hoy ha salido para recordarnos que sí, que existe, la canción de la semana.
http://www.youtube.com/watch?v=NXuuIu8zDOs
PD. Y, como en las pelis de dormir la siesta los sábados por la tarde, una advertencia final: This story is based on a true story. Lo prometo.