No conozco a nadie, hombre o mujer, empleado o desempleado, joven o viejo, terrestre o extraterrestre, que no quiera llevarse a Rafa Nadal a su casa y ponerle un colacao con galletas para merendar. Gran tenista, mejor persona y seguro que hasta amigo de sus amigos (topicazo este último incluso más absurdo que los dos anteriores y sólo equiparable al de que no sé quien es ‘amigo personal’ de no sé quien más. ¿Alguien tiene algún amigo del que no sea amigo? y, sobre todo, ¿se puede ser amigo de alguien sin serlo de su persona? ¿Se puede ser amigo ‘animal’ o ‘cosal’? ¿Existen si acaso los amigos impersonales? En fin, voy a cerrar el paréntesis que me embalo y me pierdo). A lo que iba, que nadie, salvo Juan Manuel de Prada (este sí que merece un paréntesis, pero paso, que me aburre), absolutamente nadie discute que el manacorí (siento abrir otro, ya sé que son lo peor y que entorpecen la lectura, pero es que me gusta tanto lo de manacorí como lo del de Galapagar y tenía que decirlo) es un amor.

Aclarado este punto, tengo que opinar que lo de proponer a Federer para el Príncipe de Asturias justo después de las lágrimas de Australia queda algo feo. Primero para el pobre Federer, por lo que tiene de tratarle como se trata a un niño disgustado cuando uno se pone condescendiente, y segundo, y sobre todo, para los Premios Príncipe, que parece como si fueran los de consolación (y no precisamente la de Utrera. Y ya, ya sé que tengo el día entre paréntesis, qué le voy a hacer). A lo mejor es que Rafa, que además de muy bueno, muy listo y muy guapo es muy joven, ha visto que algunos de los últimos Premios Príncipe de los Deportes parecían más salidos de una tómbola que de un jurado. No sé, a lo mejor. Yo no digo nada no sea que me meta en un lío (con lo cansados que son los líos). Cierro paréntesis y comentario.