Por mal que se me den las matemáticas, tengo claro que violencia + violencia sólo es = a más violencia, así que se me hace difícil ver como un héroe a un tipo que martillo en mano destroza un local, sea éste una herrikotaberna, una sacristía o un ultramarinos. Lo que pasa es que yo jamás he tenido que callarme una opinión por miedo y mi casa jamás ha volado por los aires. Lo que pasa es que yo vivo en Gijón, no en Lazkano y para desayunar mi madre me daba colacao, no odio. Coger un martillo no es la solución de nada, a menos que uno pretenda clavar un clavo, pero supongo que comprendo que a veces la rabia y la impotencia nos convierten en quienes no somos. Emilio Gutiérrez no es ningún héroe, pero tampoco es un villano. Emilio Gutiérrez es una víctima. Un daño colateral, que dirían algunos. Y entre Emilio Gutiérrez y quienes ayer lo llamaban fascista hay, además, una ‘pequeña’ diferencia. Emilio Gutiérrez no tiene ni la manos ni el corazón manchados de sangre.