No sé al resto del mundo, pero a mí Miguel Ángel Fernández Ordóñez me ha dado el día. Yo que hoy me había levantado feliz, que le había hecho caso al despertador sin dramatizar más de la cuenta… Yo que hasta había ido al gimnasio… Y resulta que abro el periódico y me dice el gobernador del Banco de España que de jubilarme a los 65 que nanai, que me vaya pensando desde ya que la Seguridad Social para mí y para los de mi quinta, como Ginebra para el Rey Arturo o el jardinero para Lady Chatterley. O sea, amor imposible. Y una, asturiana desde el mismo día de su nacimiento y acostumbrada, por tanto, a convivir con cuarentañeros y cincuentañeros de moreno todo el año, de mañanas de Tostaderu en abril y escapadas a San Isidro por semana… Acostumbrada, digo, al mundo de la prejubilación, parece que se me revuelve algo cuando justo antes de ir a currar leo que la cosa no da más de sí. Llámenme egoista. Lo admito. Pero a mí la revoltura no se me quita.
Menos mal que justo después de que Miguel Ángel Fernández Ordoñez me diese tan fatal noticia leí eso de que una hormiga amazónica se reproduce por clonación sin necesitar para nada a un ‘hormigo’. Porque eso para una mujer es un consuelo, como lo de la Seguridad Social es un disgusto. Y lo de los hombres, pues como el trabajo: un mal evitable. Claro que, tal y como está la cosa, mejor que no falte. El trabajo, digo. Ya avisé que tenía el día… Como la ‘mycocepurus smithii’ pero sin Amazonas.