Con el permiso del Barça y del Athletic Club de Bilbao a mí importar lo que se dice importar me importa lo que pase el domingo en El Molinón. Dicho esto, reconozco que ayer disfruté con su partido, porque a los chicos de Pep da gusto verles jugar y porque a Aitor Ocio, también. Jugando y sin jugar, si se me admite la frivolidad. El caso es que fui feliz con el gol de David contra Goliat, porque una es del Sporting y eso imprime carácter, como lo de ser cura. Y lo fui también con los catalanes, más que nada por mi hermano, que cuando los demás niños tenían posters de Samantha Fox en la habitación, él colgaba con chinchetas las piernas de Jose Mari Baquero. Me prestó ese Messi con el balón atado a la bota, ese golazo con la zurda. Me dolió en el alma el cuarto de Xavi, genial pero abusador-qué-hiciste. Me enternecieron los de Bilbao aplaudiendo al contrario… O sea, que vi fútbol y lo pasé bien a pesar de que por eso del carácter impreso yo querer lo que se dice querer quería ver la gabarra por el Nervión. Por eso y por Nacho y por Clara y por Juan Carlos y por Alberto, pero eso ya son cosas personales.
Lo del himno es otra cosa. Porque lo del himno no es fútbol. Lo del himno es una incongruencia, por no decir una gilipollez. Porque, digo yo, con permiso del Barça, del Athletic Club de Bilbao y más que nada de los ‘pitantes’, jugar la Copa del Rey es un derecho, no una obligación. Y si uno no quiere jugar a eso, pues coge y no juega y se disputa, un suponer, la Liga Subsahariana, si es que existe. O la Interestelar. Otro suponer. Porque uno no puede ‘matar’ por ganar algo que ni le va ni le viene. Y, como a todo en esta vida, si juegas juegas y, si no, te quedas en tu casa.
Otro tema es lo de Televisión Española. Porque eso ni es incongruente, ni gilipollas. Eso es una vergüenza. Primero porque una cadena, pública o privada, pero si es pública más, está para informar, no para desinformar. Y segundo porque ya somos todos un poco mayores para comulgar con ruedas de molino y para no querer que le corten la cabeza a ningún turco. Si alguien en el ente (que me gusta a mí esta palabra) pretende hacernos creer que la decisión de tapar los pitidos y después enmendarlo con un videoclip montado deprisa y corriendo es exclusiva del jefe de deportes es que nos está tomando por tontos. Más que nada porque la pitada no fue ninguna sorpresa. Estaba más anunciada que la muerte en la crónica de García Marquez.