Durante años, llevé en la cartera una servilleta arrugada de bar como quien lleva una estampita. Decía esto: Tengo miedo de verte necesidad de verte esperanza de verte desazones de verte. Tengo ganas de hallarte preocupación de hallarte certidumbre de hallarte pobres dudas de hallarte. Tengo urgencia de oírte alegría de oírte, buena suerte de oírte y temores de oírte. O sea, resumiendo, estoy jodido y radiante, quizá más lo primero que lo segundo, y también viceversa.
Esta mañana, mientras me bebía el café con prisas de lunes me enteré de la muerte de Mario Benedetti. Fui corriendo a buscar mi cartera. Busqué y rebusqué. La servilleta ya no está. La he perdido. A Benedetti, no. Y también viceversa. No sé si me explico. Lo que quería decir es que a veces no es necesario dejar de respirar para morirse un poco. Otras, lo que hagan y digan el corazón, los pulmones y demás visceras, no importa. Porque, como todo el mundo sabe, los poetas no mueren nunca.