De siempre me ha gustado cantar La Marsellesa por más que no pase del ‘Allons enfants de la patriiiiiiiiie’. De hecho, creo, como asturiana de nacimiento y militancia, que la canción de los borrachos debería ser esa y no el himno de mi patria querida, que no hay cosa que más me ofenda. El caso es que tengo que ocultar esta afición no vaya a ser que Sarkozy se entere y me quiera hacer francesa y me tenga que poner yo terca tipo la virgen del Pilar. Sí, porque resulta que el marido de Carla Bruni quiere obligar a los inmigrantes a firmar la carta de derechos y deberes del buen francés. Y eso incluye cantar el himno en los colegios al menos una vez al año. Y yo, coñas al margen y detalles folclórico-musicales a un lado, estoy de acuerdo con el marido de Carla Bruni en una cosa. O en dos: en que para vivir en un país no está de más conocer su lengua y respetar sus leyes. Y ahora me llamarán fascista…