Querido ex duque, te admiro desde el día que te atreviste con aquellos pantacas estampado búlgaro, y no porque me gustasen, que, me perdonarás, pero me parecían horribles y encima te quedaban fatal, pero es que yo admiro a cualquiera que dice, hace (o viste) lo que le da la gana. Sin ofender ni delinquir, se entiende, y se entiende que, a ser posible, sin enseñarme el culo, pero eso va en gustos y eso es, seguramente, porque soy muy mayor. Y con esto, querido ex duque, no estoy diciendo que me parezca la sinceridad una virtud, que la sinceridad, que te voy a contar a ti, suele resultar bastante maleducada, tipo Gran Hermano y Belén Esteban y así. El caso es que, querido ex duque, te admiro por eso y por llamar a tus hijos Felipe Juan Froilán de Todos los Santos y María Victoria Federica de Todos los Idem. Con un par. Y por enseñarle a la duquesa que Lacroix no es una salsa para echarle a las patatas. Con otro par. Y por ser amigo de Nati Abascal y cotillear con ella modelitos en los desfiles de París (por esto te tengo envidia más que admiración). Y por ser hermano de Álvaro de Marichalar, con sus motos y su rusa y sus reality shows, con tanta, tantísima paciencia. Con otro par más todavía. El resto de tus aficiones, querido ex duque, las desconozco, así que no puedo dejar de admirarte, porque a mí me gustas por frívolo que, como decía no sé quien, no es ninguna frivolidad. Pues eso, querido ex duque, que hoy, que he visto cómo te sacaban del Museo de Cera en carretilla como si fueras el mismísimo Hannibal Lecter, te sigo admirando y hasta te quiero un poco, porque no hay derecho que a un hombre capaz de llevar como tú llevas la estola de visón le traten de esa manera. Sobre todo los que hasta hace cuatro días te hacían la pelota. Resiste, ex duque, y hazte republicano, coño.