A mí Delibes, que me alegró tantas mañanas, tantas tardes y tantas noches, que me hizo masticar y saborear palabras, que me hizo hasta creer en el amor eterno cuando con poco más de 15 cayó en mis manos su ‘Señora de rojo sobre fondo gris’ (y esto ya veré si se lo perdono), me amargó el fin de semana. Lo hizo porque trabajando en la sección de Cultura de cualquier periódico del mundo escrito en castellano, si se muere Delibes, toca currar. Así que me pasé la tarde del sábado con Delibes y no precisamente sentada en el sofá.
Fue viendo las imágenes de su funeral cuando me di cuenta de que, muerto Delibes, se acabó todo. Y me explico, que cuando digo ‘todo’ lo digo como sinónimo de ‘civilización’. Fue viendo las imágenes de su funeral cuando me di cuenta de que se había muerto el último héroe verdadero, el último artista capaz de sacar a miles de personas a la calle, el último capaz de que una niña garabatee en su capilla ardiente algo tan tonto y tan desgarrador , tan pequeño y tan grande, como “Aunque te vayas, sigue escribiendo”. Por inocente. Muerto Delibes, no se me ocurre ninguna persona, ni siquiera personaje, capaz de colapsar una ciudad en una mañana de sábado. Muerto Delibes, el funeral más multitudinario que veremos será el de Belén Esteban. El de la Belén Esteban de turno, quiero decir.