Mi amigo René, que cumple seis años el viernes y está entusiasmado con pasar de su primera mano, es fan de unos dibujos animados monstruosos que a mí me dan mucho miedo. Miedo de que acabe en un reformatorio o blandiendo una katana, si no fuera porque los ven millones de niños y porque yo misma no me perdía un capítulo de ‘Mazinger Z’ cuando pequeña. Claro que esto último bien podría preocuparme más que tranquilizarme. En fin, que el otro día mi amigo René estaba viendo esos horribles dibujos de nombre Doraemon y se me ocurrió, inocente yo, que no él, preguntarle:

–¿Pero, por qué te gusta eso tan feo?

–¡Pues, no lo ves, porque salvan el mundo!

Touché. Mi amigo René, que todavía cuenta sus años con una sola mano mientras yo no alcanzo ni así junte los dedos de los pies y hasta las orejas, me dejó muda y, de paso, esperanzada. Salvar el mundo todavía es una posibilidad. Aún hay quien piensa que se puede. Menos mal.