Como tantos y tantos, Manuel y María cogieron un barco y cruzaron el Atlántico en busca de una vida. La encontraron. En Cuba montaron sus negocios y tuvieron a sus tres hijas, cuando el mundo todavía era de quienes cogían una maleta, la llenaban de ilusiones y se iban. Seguramente lo sigue siendo, pero esa es otra historia. Manuel murió joven y Ada recompuso sus ilusiones, volvió a meterlas en la maleta de vuelta, se cogió a sus tres hijas y empezó otra vez. María murió también, pero ya viejita, cuando lo único que le apenaba era no poder comerse un clicle por culpa de la dentadura postiza. Dos de sus hijas también se fueron ya. Ninguna regresó a Cuba.
Hoy lo he hecho yo y tengo la sensación, desde que pisé esta isla, de que me las traigo conmigo. Sobre todo a Adita, que se apagó hace pocos, muy pocos meses con su acento cubano todavía puesto y sin haber vuelto a Cienfuegos. Pero esto no se va a quedar así. Me voy pa’llá. Voy a conocer el lugar en el que nació mi abuela, el lugar en el que yo también nací un poquito. Mi casa en el Caribe. Porque yo, como cantaba Milanés, “soy de esta isla”. Por parte de abuela.